Es posible que, tal como asegura una vieja canción, el único objetivo de nuestras vidas sea pasar el testigo a quienes vendrán detrás, de la misma forma que nosotros lo recibimos de los nacidos antes. Pero lo que sí es absolutamente seguro (y los dermatólogos lo comprobamos en las pieles propias y ajenas) es que los años dejan su huella. Hasta la propia canción ha sido víctima de ellos, que han ido sepultándola, estrato a estrato, en el olvido.
Ante el paso del tiempo, las reacciones de los seres humanos son muy diversas. Algunos acuden a nuestras consultas como si los dermatólogos tuviéramos la llave de la eterna juventud y se enfadan cuando frenamos unas pretensiones fuera de la realidad. Podemos curar la piel enferma y contribuir a mantener y embellecer la sana, pero la edad es la que es. También los compañeros de la cirugía estética y reparadora disponen de una amplia experiencia al respecto. Porque hay quienes les exigen disfrutar de dotes que la naturaleza les tiene cruelmente negados desde el nacimiento. Y, por supuesto, la belleza se puede mejorar, pero, si no existe un punto donde apoyarse, los resultados suelen ser más bien desastrosos.
Por suerte, la gran mayoría de los pacientes son gente sensata, que ha ido aprendiendo a convivir con ese destructor implacable que es el tiempo. Saben, como la leyenda de los relojes antiguos, que todas las horas hieren y que la última acabará matándoles y van ajustando sus deseos estrictamente a lo que se puede pedir, receta imprescindible para envejecer con serenidad y con un nivel de felicidad aceptable. Al tiempo no hay que matarlo, sino inyectarle, cuanta más vida en vena, mejor.
Porque, si es cierto que no podemos detener el paso de los años, sí podemos hacer muchísimo por llenarlos bien. Y esto es, precisamente, lo que acaba diferenciando a unos seres humanos de otros y lo que se traduce también en la piel y, muy especialmente, en la cara que, como ya advirtió la sabiduría popular, es el espejo del alma.
Esa manera personal de llenar los años influye también sobre el tiempo ajeno. La hora que, junto a un imbécil, se hace insoportable, parece un minuto cuando el interlocutor es inteligente. y es que el tiempo constituye, en la práctica, la herramienta con la que vamos modelando nuestra personalidad. Dice bien el refrán que asegura que el tiempo es oro. De hecho, es el único capital verdadero que nos ha sido concedido porque, cuando se acaba, desaparecemos de este mundo. Salvo quienes supieron llenarlo y se hicieron querer, porque estos perduran en el recuerdo, recuerdo, que es otra forma de vida. Los vacíos y los egoístas son sepultados por el olvido y, de momento, no se tiene noticia de dónde habitan. es muy probable que no les quieran en ninguna parte, porque sus vidas no merecieron la pena. ni, mucho menos, la alegría.
A los dermatólogos se nos ha adjudicado una de las tareas más hermosas: conseguir que las huellas del paso del tiempo en la piel no se traduzcan en cicatrices. Manteniendo la belleza exterior, con las características propias de la edad, es seguro que contribuimos a esa serenidad interior que dulcifica el discurrir de los años. Que es tanto como decir: la vida misma.
Doctor Miguel Aizpún